La Simposiarca
A Sexual Fantasy
Dominatrix, señora, madame, maîtresse… Ninguno de esos términos me valió cuando iniciamos esta relación, yo quería algo más especial, más inusual, y así escogí el nombre de Simposiarca. Significa rey o señor del banquete y en las cenas de la Antigua Grecia era el encargado de mezclar el agua con el vino y de determinar cuánto podían beber los comensales. Así me veo yo, mezclo dolor y placer con un único objetivo, que mi pareja goce.
Su disfrute, el de él… Lo veo de rodillas ante mí, las piernas ligeramente separadas, su pene atrapado en la jaula de castidad, el suave color de su piel contrastando con el brillo del metal.
-Hoy me has complacido enormemente.
-Gracias mi Simposiarca.
-Ese cunnilingus ha sido definitivamente delicioso.
-Me alegra que le gustase.
-Desde luego, mereces una recompensa.
Cojo la llave que abre el aparato y la contemplo mientras la sostengo entre los dedos. Antes era yo la que le colocaba la jaula, ahora le ordeno que sea él mismo quien lo haga. Cuando me da la llave… ese momento… es difícil explicar lo que siento. No me entrega sólo un objeto, me entrega su confianza, en ella va su convicción de que puedo hacerle sentir dolor, pero que nunca le haré daño, porque en el fondo lo que me importa es hacerle disfrutar. Para un profano, el papel de dominante en una relación como la mía puede parecer un problema de ego, yo sé que, con todo el placer que me reporta, también va una responsabilidad que puede ser abrumadora.
Me acerco a él y abro la jaula. Agarro su pene y se lo masajeo.
-Gracias mi Simposiarca.
-Ponte sobre tus rodillas y manos.
Mientras el obedece, voy a la caja donde guardamos nuestros juguetes, cojo el masajeador de próstata y se lo introduzco con una vibración media.
-Tienes prohibido tocarte y debes pedirme permiso para eyacular. Incumple una de estas dos normas y tendrás una cita con la señora fusta.
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